Mi batalla con los trastornos alimentarios
No hay lead o entrada perfecta para dar comienzo a esta historia.
No sé si escribo esto con valentía o con cobardía. Ese miedo que se apodera de mí cada vez que mis oídos escuchan la pregunta: ‘’¿Por qué decidiste ser vegana?’’.
Y es que, hasta hace poco contarle a algunos/as mi batalla con la anorexia (y posteriormente bulimia) era uno de mis mayores temores. Por ello de ser juzgada, de que me miraran con pena y/o pensaran que estaba jugando el papel de víctima. ¿De víctima? Sí, porque aún la sociedad no comprende qué son los trastornos de la conducta alimentaria.
Desórdenes mentales, caracterizados por la obsesión a la ingesta de comida y la imagen corporal, que acaban con la vida de una persona cada 62 minutos y que afecta a más de 30 millones de estadounidenses en algún punto de su vida.
El momento en el que Ana [Anorexia] se convirtió en mi amiga
Crecer en una cultura con cánones de belleza irreales, provoca que muchas niñas (como fui yo), pasáramos nuestra infancia en academias de modelaje, grupos de danza, así como escuchando de la boca de nuestros seres queridos cómo deberían ser las ‘’muchachitas’’; recatadas, bien portadas, flacas y delicadas.
En mi caso, ya desde mis 6 años iba de escenario a escenario imitando a mis cantantes favoritas, modelando y bailando. Fue a los 9 años cuando -formalmente- me hice parte del grupo de modelaje de mi escuela primaria y asistí a una academia de baile.
Entrando en la pubertad, las modelos de las revistas y mujeres que aparecían en la televisión eran mis principales ejemplos a seguir. Pero, no por su ‘’intelecto’’, más bien, por su físico. De esta forma, era constante mi preocupación sobre mi aspecto corporal y las veces que miraba en el espejo. Contrario a mis compañeras de la escuela, mis caderas ya ensanchaban y ‘’tenía que tener más cuidado con los hombres’’, según las mujeres de mi familia.
Entre subidas y bajadas de peso, complejos y odio a mis caderas, logré culminar mis estudios primarios, intermedios y superiores con excelente promedio. Aunque las ‘’notas’’ eran los de menos, pues yo solo quería ser perfecta. ¡Iba a la universidad y tenía que ser ‘’perfecta’’!
Así llegué a los 18 años, comiendo lechuga para que nadie en mi familia volviera a decirme que ‘’estaba gordita’’. Además, tenía entre ceja y ceja que tenía que ser flaca porque sería reportera de televisión y ”en la pantalla una aumenta más” (¡Qué ilusa!).
Un semestre de universidad más tarde inició el peor momento de mi vida. Sentía asco de mi cuerpo e intenté TODO por al menos pesar 100 libras. Por dejar atrás esas caderas que, desde niña, eran objeto de burlas entre las niñas.
Comencé a ejercitarme 30 minutos al día y a decirle ‘’no’’ a la comida que preparaba mi madre, los restaurantes de comida rápida y las gaseosas. Pero, sobre todo, a meterme más en las redes y a toparme con Ana (como le llamamos a la Anorexia en este universo de obsesiones), quien en los próximos años se convertiría en mi nueva mejor amiga.
Entonces los 30 minutos quedaron atrás. Ahora serían dos horas y hasta dos entrenamientos por día, no comería ningún carbohidrato y me limitaría a la proteína blanca (pechuga), porque así lo decían las otras amigas de Ana.
En cuestión de nada, bajé unas 10 libras y todo/as a mi alrededor empezaban a notarlo. ¡Me sentía genial! No obstante, no era suficiente, quería más, ¡quería ser PERFECTA! Fue así que dejé de comer y seguir las dietas de ”Ana”.
Pasaba días enteros tomando agua para confundir al estómago. Si este se quejaba, un pedazo de manzana calmaría el hambre. Y las calorías de ese pedazo, prontamente serían quemadas con alguna ronda de ejercicios.
Continué, pese a los comentarios de algunos/as sobre mi aspecto: que si estaba enferma, que si me había pasado algo, que si tenía mal de amores…
Continué, pese a que mi madre insistía en que debía visitar al médico, que algo no estaba bien conmigo.
Continué, pese a que me sentía débil, fatigada, me mareaba constantemente y sentía frío, incluso, estando bajo el sol.
Mi piel ya no brillaba como antes, el pelo se me caía con más frecuencia y mi espina dorsal sobresalía de mi espalda, que pude notar luego de que mi sobrino (con 8 años) me preguntara por qué se me veían los huesos.
Este comentario estrelló mis pensamientos de perfección e hizo darme cuenta que, efecto, estaba enferma y necesitaba ayuda lo más pronto posible.
¿Me llegué a recuperar?
¿En qué momento llegó la bulimia?
¿Qué papel juega el veganismo en todo esto?
Quizá tenga el coraje de responder en otras publicaciones.
Perla Alessandra
Periodista, autora, estratega de contenido para redes sociales y entrenadora personal. Vegana hace más de 7 años y fundadora de Vegan Fitness Puerto Rico y DIVERSAS Latam.